sábado

El salón

El salón estaba orientado hacia una televisión con una pantalla de tamaño de una octavodécima parte de un campo de futbol promedio. Allí se podía ver todo incluso desde la distancia del sofa. Bajo de él, había unos caminos oscuros del gato y unos restos del cenicero caído y un bolígrafo que prefería desaparecer más que escribir y una nada y un espacio que no se usaba para nada y un par de fotones azules perdidos por el viaje desde la tele y un cojín y algo que veía el gato en la oscuridad. El salón también estaba de pasillo, lo que suele pasar a las habitaciones de vida corriente mente, que están entre la puerta y la cocina, cuando el salón se halla al fin del transcurso por todo el piso nace capitalismo, y la calefacción central produce calentamiento global, justo antes de entrar a la cocina, en el techo, estaba escrito: you are leaving a living-room, pero ninguno de los habitantes contemporáneos leía los techos, no les gustaban. El salón también estaba muy cómodo y todo el mundo tardaba acomodado allí un buen rato de cada día y el mejor ratón de cada noche. Hay unos salones donde los de los salones no sienten la necesidad de salir a unos salones de fuera, si una rusa del siglo XIX hubiera tenido un salón así, no habría tenido que saltar por debajo de un tren, y los que vivían ahí tampoco salían mucho, es que cuando vives dentro de un salón de esos, te parece como si todo el espacio se pusiese fuera, el mundo desaparece, y aparece en alguna de las pantallas. En esa localidad se permitía fumar. En el salón se puede pasar infinita mente tiempo, y el agua en la cocina, mientras tanto, empezará a hervir justo a tiempo.

En todas las superficies de todos los sofas de todos los salones hay dibujos. Unos mensajes de los extraterrestres. Unos rastros del mar atormentado. Unos restos de las ideas de los geómetros griegos. Unos ritmos de la tribu de la península de las zebras. Unas imágenes apalancadas delante de la caja de la televisión. Unos bichos que escaparon de un cuandro moderno. Unas líneas que huyen de la vantguarda. Unas formas que no quieren estar de abstractas. Unos pligues aplastados por tí mismo. Lo que dibuja tu espalda cuando miras las noticias, lo que diseñó algún diseñador de sofas tres minutos antes de ir a casa un viernes, lo que cambia color según el programa que estás contemplando en la oscuridad, lo que los marcianos pintaron en tu salón, es que tu nunca vas al campo, y a ellos les apetece decirte algo. En cada sofa se puede leer el destino del salón. En cada sofa se puede beber un vino y un océano de sangre de una mosca (una mosca acaba de salir de mi vaso de vino) a la vez. En cada sofa se puede salvar la vida de una mosca. Está en el suelo, secándose con sus movimientos, en el caso de moscas, cuando quieren emborracharse, tienen que entrar, y no salir. En las superficies de los sofas viven sonidos de las sentaduras. Allí duermen los gatos. Allí se agrupan los cojines. A los que trabajan, ahí se descansa mal, a los que gozan del tiempo libre, aquí se duerme tranquila mente. Quiere un sofa que te levantes de él, o no, desea una superficie que la acaricies con tu culo, o no, quiere un pliegue que le crees, o no. Por qué delante de la tele desparecen las respuestas. Para qué los sofas deberían hablar, para qué comentar la tele. Quisiera ser un árbol que se ha convertido en el sofa. El colchón que nunca tiene que ir al baño. Ver detrás del horizonte sin moverse. Después de su muerte el árbol ve detrás del horizonte. El televidente le cambia los programas. Unos paisajes en directo. De hecho, nada nuevo para un árbol. Hay sofas naturales.

El aire del salón se alimenta con el humo de tabaco. El espacio entre la puerta y la cocina toma drogas. El paisano ve su paisaje a través de la ventana. La luz de la pantalla refleja el cenicero. Los libros ven la tele. Qué pasa en el salón cuando duermes. Hay unas arañas que viven en este salón. Hay unas noticias de buenos aires al lado de una ventana de tierra de fuego. Hay un gato con ojos cerrados. Hay una botella de vino, o dos. Hay unos macheros, algunos funcionan. Hay los periódicos por encima de la mesa que sirven como un mantel que nunca hace falta lavar. Hay un retorno eterno de informaciones que se manchan y tiran al contenedor de los papeles. Que la mosca comparta conmigo el vaso, pero que beba cuando yo no bebo, no me parece tan difícil de entender a esto. Y si el aire respira por mi, si se siente responsable por su propio corriente, yo qué sé que mueve con mis pulmones. Yo no. Hay percepciones que consideran el óxigeno por ser un veneno. Hay moscas que se emborrachan repetiva mente. Hay salones donde lo vive. Hay pantallas que piensan. Hay sofas naturales, esto ya lo he dicho. Los salones que disfrutan de reflejarse en los vasos. Al salón no le importa la diferencia entre el día y noche. Al salon no le importa nada, ni si está el dueño ni que hay una fiesta permanente. Los salones viven fuera de ikea. Aunque no les haga falta no coger sus colores de allí. Hay que escribir por encima de los sofas, dice la publicidad. Hay gatos que escriben por las superficies de los salones y hay salones que describen los caminos de los gatos y los mismos esriben a los gatos y los gatos pasan de los salones, entrando en la cocina y saliendo de la puerta. Hay salones de los dragones y de los cyborgos, hay los mismos salones, hay salones con la televisión y con la conección con el mundo a través de la red y hay salones con las escaleras debajo de las cuales está el aleph y hay sofas de los espectadores de las catastrofes varias del mundo y hay un nuevo sofa de Olalla de Cáceres, una habitación de vida por la cual pasarán cosas.

1 comentario:

Jo dijo...

me lo imagine todo... afuera hay algun corredor y un gato trazando su ruta con huellas... dentro el sofa solitario y mudo en complicidad con la luz que se registra por el filo de una cortina y el piso de baldosas lisas aguardando el murmullo de unos pasos por las escaleras, un reflejo de algunos colores y la habitacion con una voz altanera llena de vida