jueves

Qué muera el ruido

Tener a galego diez centímetros de tu cara. Gritándote a ti. Sin capacidad de controlarse, acaba de comprarse cuatro chocolates Nestlé de almendras. A las cuatro y pico de la mañana. Acaba de cantar canciones de estadio de futbol. Junto con otros galegos. Ciegos como dios manda a las cuatro y media. Sus cervezas ya no respetan los límites de los vasos de papel de coca-cola. El disco del lado ya está cerrado. Ya no pueden beber más, ya no son ellos mismos. Los galegos que a las cuatro y treinta de la noche están como de siempre. Unos europeos que trabajan en algo que no les dice nada cariñoso, unos blancos que decidieron dedicar su vida al dessarrollo ciego del capitalismo, una generación de españoles que para siempre ganó la eurocopa, unos que mañana andarán por el espectáculo leve mente resacosos, unos de la civilización racional que ha llegado a la conclusión que los consumentes no necesitan pensar que el consumo que la masa que los que dejan entre un jueves y un viernes a sus neuronas nadar en grandes cantidades de alcohol y divertirse con música que no se puede escuchar. De hecho, ellos tampoco lo hacen. Ellos están saliendo. Hay que salir, dicen. De qué hay que salir, pregunto. A tomar algo, responden.
Parece que nos falta una conclusión.
Parece que estamos condenados a desaparecer de la biosfera sin darse cuenta de ello.
Parece que no somos tan diferentes de un virus eliminado sin su permiso por la medicina.
Parece que esto simple mente tiene que terminar con dolores.
Parece que a esto no se le puede explicar nada.
Ni siquiera te deja decir que lo sientes.
Así que estás allí, un galego te repite algo sin sentido, y tú te callas y le estás mirando, estás lo más tranquilo posible, sabes que no tienes nada que hacer, sientes tu cuerpo como tembla bajo las vibraciones negativas de su enfado de su enfadamiento y de su enfadadumbre.
Estoy viviendo una película catastrófica, estoy seguiendo una sociedad justo cuando se está derrivando. Unas tomas espectaculares y lo mejor aún está por llegar.
Quisiera aprender a amar esa gente.
Hasta me parece que, como voy experimentando, algunos lo temen, que lo sienten y que si les dejas cantar en una tienda y no haces nada, ni les gritas, ni les manipulas, ni les ordenas nada, ni les estás obligando jugar a un cliente y un tío por detrás del mostrador, de repente se sienten demasiado libres, se asustan y se ponen nerviosos y como necesitan sentirse otra vez como ellos mismos, como los de montón que quieren asegurarse que están cerrados dentro de sí mismos, tienes que tener respeto al cliente, me dijo
No es su culpa, es culpa del sistema, no sabe que no tiene por que ser cliente, problema aparece cuando se te ocurre la simple idea que ellos son el mundo que ellos forman la sociedad que ellos deciden que significa la humanidad y que ellos no quieren hacer nada de esto y prefieren hacerlo inconciente mente, representados por algo que conocen de la tele y de los periódicos y por algo que se puede consumir.
Cómo llegar a ser el universo sin que desaparezca todo lo real.
Cuál es una versión diferente de un fin del mundo.
Qué las escapadas se vuelvan las entradas.

1 comentario:

jg riobò dijo...

Intentar ser individuo, fuera de la masa capitalista es un mandamiento de estricto cumplimiento.